viernes, julio 15, 2011

La vergüenza de quererte



Mi mundo también es la vieja e inmediata vergüenza de quererte.

Desperté con esta frase en la cabeza. Desperté por esta frase. En sueños, se la decía a alguien y a la vez que la pronunciaba me daba cuenta de que estaba soñando y que era necesario salir de ahí para no olvidarla. Abrí los ojos y sé que sonreía por saberla un pequeño tesoro. Claro, no era una sonrisa facial; era una sonrisa que caminaba a la par de la frase en ese otro lugar inasible que no es aquí ni es allá. Quise memorizarla para arrastrarla hasta este lado, porque sentía una enorme pereza y no terminaba de aceptar el hecho de que tendría que salir de la cama para anotarla. La repetí diez veces para no perderla, como me había pasado tantas veces antes. Pero apenas empezó invadirme la inconsciencia otra vez, advertí que las palabras se hacían humo como antes el sueño que me las había traído. Salí de la cama y escribí la frase en el recibo del celular.

Mi mundo también es la vieja e inmediata vergüenza de quererte.

Mientras mordía la segunda tostada, ya empezando a despertar, la pronuncié en voz alta por primera vez. Traté de recordar a quién se la había dicho y bajo qué circunstancias, pero sabía de antemano que sería un esfuerzo inútil. Jamás recuerdo los sueños. ¿Por qué vieja? ¿Por qué inmediata? Y, sobre todo, ¿por qué la vergüenza? Además, "mi mundo también es", por sí solas, me daban la idea de un reproche; sin embargo ese reproche no era un ataque, sino más bien una defensa; una respuesta a una acusación injusta o tal vez a un reclamo que consideré abusivo.

Quién podría avergonzarme así. ¿Quién y durante cuánto tiempo? La vergüenza fue inmediata y era de larga data. El amor, si es que se trataba de amor el sentimiento (pero, qué otra cosa podría ser si no), era presente. Quererte, le dije; no "haberte querido". Quererte.

La vieja e inmediata vergüenza de quererte. Pronuncié esta parte de la frase en voz alta y, en el espacio que media entre el pecho, los brazos y el mentón sentí el vacío de un abrazo imposible y necesario.

Pero nadie puede enterarse de ese amor; la vergüenza está aquí también, en la recreación de la vigilia, y no alcanzo a comprender por qué.

Arriesgo que es el mismo amor lo que me avergüenza, a mí, que lo acuso siempre de tramposo incluso cuando estamos en los mejores términos. ¿Aceptar el amor me avergüenza, entonces (como también me avergüenza escribir la palabra amor y escribir historias de amor; abiertamente de amor)? Tal vez. Sin embargo el argumento no me convence para la historia. Lo tiro. Si no es el amor lo que me avergüenza, ¿es la persona que me lo inspira? No, imposible. Puede ser (y esto lo acepto inmediatamente, me tienta creer que por resabios del sueño mismo) que me avergüencen las circunstancias bajo las cuales surgió y se mantiene ese amor. Aunque... No, tampoco.

Mi mundo también es la vieja e inmediata vergüenza de quererte.

Un amor que me avergüenza, repito mientras camino. Un amor que me avergüenza, ¿cómo puedo, entonces, llamarlo amor? No, de ninguna manera. Los amores se gritan o se callan por renuncia o por temor. Se consumen, se pudren o se secan. Pero no se los manifiesta vergonzantes. Trágicos, dementes, insustanciales, falsos, caprichosos, pero nunca vergonzantes... Maldita sea, me duele la cabeza y el asunto es demasiado complicado. Creo que esta mañana hubiese sido mejor confiar otra vez en mi pésima memoria y seguir durmiendo. Olvidarme de la frase. Olvidarme del amor. Olvidar toda vergüenza. Seguir la vida tranquila hasta un día morirme. Pero antes pensar en escribir unas líneas cuyo título sería La desvergüenza de quererte; más fácil. O mejor: La pereza de quererte; y luego de haber escrito el título, ni una palabra más. No pensar, no sentir, no desear. Y que me despierten a las siete para ir a trabajar. Requiescat in pace...

Pero esto tampoco es cierto...

miércoles, julio 06, 2011

Sonidos para Ella *



"Sonidos como el de la nieve cuando está a punto de ser pisada por un oso que recién deja de invernar.

El de los abuelos cuando duermen en más de un país al mismo tiempo.

El de la salamandra un instante antes de convertirse en memoria vacilante.

El del sol en cada ojo y el de la luna arremangándose la tarde.

El que no tiene nombre pero tiene alma infinita.

El que deambula buscando una niña que dance.

El que junta brazos, hombros y dientes en un mismo frío.

El de la infancia cada vez más reluciente.

El que junta rocío en una botella destapada.

El del insomnio durante el arco-iris.

El sonido de lo que no quiere ser cazado.

El que golpea la puerta, no con los nudillos, sino con un verbo en infinitivo.

El que galopa sobre la arena y se detiene sólo porque así lo decide el caballo.

El que hace una cuchara revolviendo un té de rosas a la hora en que nadie mira por la ventana.

El que tiene un miedo parecido al de un niño que en vez de ir al bosque, ve venir el bosque hacia él.

El que pide la clemencia de una palabra suave, sin rodeos, frente a una iglesia de cristal que inventó la noche anterior.

El que disimula las fronteras y va de abismo en abismo enumerando las veces en que no ha querido ser engañado.

El que escucha decir. Y no responde: sigue su camino hecho de nueces y pájaros.

El sonido definitivo de la grieta".

*Carlos Skliar
*Fotografía tomada en Uruguay - La Paloma - 2010

sábado, julio 02, 2011

* Foto: Man Ray (Emmanuel Rudnitzky), Rayograph (Gelatin silver print), 1922.

“Temo este silencio, esta vida informe. Voy a la espera de un viento que abra suavemente estos pliegues de agua de una vez y me indique qué puedo hacer por ti; tú que a menudo has puesto nombre a lo innombrado para los otros, incluso para mí”


Adrienne Rich 1976